Nuestra historia

TEJEDORES DE MIEL surgió de los vastos paisajes salvajes de América del Sur... De un enjambre de abejas en el campo calentado por el sol de Buenos Aires. De una bolsa de cerezas en una parada de autobús en la Patagonia chilena. O de las espinas y flores teñidas de rosa de los cactus que hacen guardia en el desierto argentino.
O quizás empezó hace más tiempo.
Soy Amita Raval, fundadora de HONEYWEAVERS, y me gustaría contarte un poco más sobre mi historia.
Tuve una infancia relativamente solitaria; para mi hermana y yo los cielos, los árboles jóvenes, las hadas y los duendes eran una parte tan intrínseca de nuestro cotidiano como lxs niñxs de la escuela. Tuvimos una abuela que nos llevaba a encontrar engendros de rana en la primavera y zarzamoras en el invierno. Yo era aquélla niña que enseñaba a sus amigas a buscar hayucos debajo de las Hayas plateadas de la escuela.
Rodeada de libros, vivía soñando, adicta a los juegos imaginarios. Y entre ellos estaban los cuentos: leyendas arturianas, cuentos de animales, mitología griega y romana, folklore de alrededor del mundo: todos han tenido un efecto hipnótico sobre mí. Desde que empecé a hablar, -¡y quizás antes también!- mi devoción al Cuento era insaciable.
Y de pronto cuando entré a la adolescencia perdí mi voz. Contrariamente, mientras mi amor por la literatura y mi habilidad en el estudio de idiomas estallaron; (más adelante obtuve un título académico en Francés y Español); mi habilidad de expresión oral sufrió un golpe terrible que duró años, y aún hoy siento sus efectos en mí.
Como resultado, mi tendencia escapista hacia libros e historias llegó a un nuevo nivel; escribía poesía, cuentos cortos y el principio de varias novelas, una que terminaría en la universidad.
En el 2015, me encontré en Sud-América. Casi al término de mi viaje planificado de tres meses me presentaron una invitación para quedarme más tiempo. Yo ya estaba enamorada del continente y la vida viajera. A todo esto, la muerte de uno de mis mejores amigos y el consiguiente duelo, me habían brindado una nueva perspectiva sobre la vida y la necesidad de vivirla al máximo.
Finalmente, después de unos días de indecisión agónica, deliberadamente perdí mi vuelo de regreso a las Islas Británicas ¡y empezó la aventura! Una de movimiento, incertidumbre, ...y extroversión. En aquella época estaba firmemente identificada con ser una presencia tranquila de escucha y receptividad...incluso antes de viajar coordiné un grupo semanal de meditación en Inglaterra; pero aún no encontraba en mí la voz expresiva del mundo interior.
Durante cuatro años y medio, sobrevino el movimiento perpetuo: durante los meses que regresaba a Inglaterra trabajaba en un vivero de plantas acuáticas, trabajo que me encontró una tarde de manera mágica. Cuando terminaba la temporada de nenúfares, regresaba a Sud-América en busca de esos paisajes flamantes, culturas desconocidas y cosmovisiones inéditas que tanto habían encantado a mi imaginación.
Allí, entre el barro para construir casa de adobe con sus geodomos, entre las plantaciones de árboles, entre las cosechas de la huerta, entre la propagación de los cactus, entre las hierbas medicinales de un nuevo continente, sucedió: empecé a redescubrir mi voz. Incluso empecé a cantar, primero en privado, luego a pedido (con un poco, no, ¡mucho! aliento), y finalmente ante el público de la plaza, el café o el autobús junto con otrxs artistxs callejerxs.
Todo este tiempo, y en todos los lugares por los que pasé, recolecté y compilé mitos y cuentos tradicionales. A la gente con la que compartía tiempo le pedía que me contaran una leyenda local. En paralelo, escribía mis propios cuentos basados en los extraordinarios paisajes en los cuales me perdía durante horas; su flora, su fauna y sus criaturas míticas cautivaron mi imaginación.
Había un sólo problema: todo lo que yo escribía era en inglés más estaba rodeada por personas de habla hispana. Una vez más, mi habilidad de expresión estaba recortada. La solución llegó de dos maneras distintas. Primero, la idea audaz de narrar historias en la vieja tradición oral. ¿Podría yo, quien apenas se soltaba a conversar con otros, convertirse en Cuentacuentos? A veces creo que no tenía una opción real, estaba encantada por los Cuentos desde mi primera infancia… El desenlace era inevitable.
Aquí puedes leer más sobre mi experiencia como Narradora y Cuentacuentos: www.honeyweavers.com/events
La segunda solución se presentó en forma de dos mujeres increíbles: Sofi Dunay, traductora de mis escritos y Angie Castaño, la editora. Estas mujeres inmensamente creativas y talentosas han demostrado su fé y apoyo resistente y resiliente en este proyecto desde temprano en el 2019, y son fibras intrínsecas de esta iniciativa.
Descubre más acerca de ellas aquí
Y entonces...Covid. Después de cuatro años y medio de nomadismo que culminó en una gira de narración por el Sur de Perú junto a otro cuentacuentos, me encontré en un vuelo de repatriación a Inglaterra, hacia una quietud y aislamiento impuestos.
A pesar de la crisis global, a nivel personal fue lo mejor que podría haber pasado. Verme obligada a permanecer en un sólo lugar, aislada, invisible, silenciosa… Esto era precisamente lo que necesitaba, pero nunca hubiera elegido, para re-evaluar prioridades. Una nueva visión acerca de lo que es importante para mi. Una demostración brutal de la dirección que toman (o no) mis motivaciones cuando no hay a quién compartir el resultado. Fue un paso hacia atrás para ver mejor todo lo que he aprendido, y cómo convertir mis sueños en una realidad que se pueda compartir.
Ahora es el momento preciso para que nuestra imaginación surja de su crisálida y comience el trabajo de re-polinizar nuestro mundo desde adentro y desde afuera, sanando como especie nuestro lugar en el ecosistema planetario.
Explora el mundo de los Tejedores de Miel y regálate un momento para reconectar con la voz mítica de la Tierra.